Seis de cada diez donantes vivos de riñón fueron mujeres en 2017. Los expertos apuntan a un motivo: el instinto protector. «Las madres se ofrecen automáticamente, es como volver a darles vida», afirma un nefrólogo.

uede que al hojear esta información se plantee si lo que está a punto de leer no le suena ya, como si lo hubiera leído antes. No lo dude, así es. A lo largo de los últimos 26 años, España se ha mantenido como líder global en trasplantes y donaciones. Y el último registro mundial así lo acredita. «El ciudadano español que necesita un trasplante es el que más opciones tiene de conseguirlo», asegura la directora de la Organización Nacional de Trasplantes (ONT), Beatriz Domínguez-Gil. Nuestro país revalida su liderazgo frente al resto y, además, incrementa su participación en lo relativo a la donación de órganos con 2.183 donantes (47 por cada millón de personas). Estas acciones altruistas permitieron realizar 5.261 trasplantes. Estas cifras representan el 19,2 por ciento de las donaciones en la Unión Europea (UE) y el 6,4 por ciento de las 34.096 que se realizaron en todo el mundo.

De todos los datos que aporta la publicación oficial de la Comisión de Trasplantes del Consejo de Europa, destaca –como en años anteriores– que las donaciones predominantes son las de riñón. En 2017 se realizaron 89.823, de las que más del 40 por ciento fueron de un donante vivo. Y, en seis de cada diez ocasiones, esa persona fue una mujer. Sin duda podemos afirmar que las mujeres son las más concienciadas con esta opción terapéutica. ¿Por qué?

El nefrólogo Lluis Guirado, de la Fundación Puigvert, es uno de los mayores expertos en donación en vivo. Lleva más de 20 años realizando este tipo de trasplante y cada vez que le pregunta a una mujer por qué dona, la respuesta siempre es la misma: «Por amor». Guirado explica que «no hay una razón física para ello. Es cierto que los hombres tienen un poco más de insuficiencia renal, pero donde apreciamos el desempate es cuando el hijo está enfermo. Siempre suele dar la madre, en una relación de dos frente a uno», sostiene el especialista, que tiene claro que esta situación «da para toda una tesis doctoral».

A lo largo de su carrera siempre ha percibido lo mismo. «En el momento en que a los padres se les dice que su hijo necesita un trasplante, ellas se ofrecen automáticamente, no lo dudan. Quieren que su niño tenga su riñón», reconoce Guirado. «Hablando con psicólogos, a las conclusiones a las que hemos podido llegar con respecto a esto es que ellas lo viven como si, de nuevo, le dieran la vida a su hijo. Muchas se consideran responsables de la enfermedad que tienen y consideran que es su deber ayudarles, como si durante el parto hubieran hecho algo mal». Ese carácter es al que también apunta Domínguez-Gil, quien apunta que «las mujeres siempre toman el papel de cuidadora, de protectoras».

Hace diez años, Teresa (nombre ficticio de una de las donantes que atendió este doctor) no donó el riñón a uno de sus hijos, si no que se lo dio a su sobrina. «Su madre había fallecido cuando ella era pequeña y la tía era la que se había hecho cargo de ella. Tenían una relación de madre e hija». Por eso, Teresa no dudó en ofrecerle esta posibilidad antes de que la paciente con insuficiencia renal, en la treintena y madre de cuatro hijos, tuviera que someterse a diálisis. «Siempre proponemos que el trasplante se realice antes porque es más efectivo», argumenta Guirado. La donante, antes de pasar por quirófano, es cierto que consultó a sus hijos su decisión. Ninguno se opuso. «A los tres días la tía estaba en casa y su sobrina dos días más tarde. Todo fue perfecto». Eso sí, el nefrólogo siempre les recuerda a sus pacientes que las donaciones de vivo son como un matrimonio. Las revisiones las hacen de forma conjunta, por eso se crea un vínculo aún mayor.

Al margen de las connotaciones psicológicas de estas donaciones, Guirado apunta a las circunstancias laborales como otro de los motivos por los que ellas donan más que ellos. «En muchas ocasiones, él es el sustento de la familia y, por lo tanto, que no pueda realizar el trabajo físico condiciona mucho la decisión. Aún más si es autónomo, o tiene un trabajo temporal, porque temen que lo pueda perder». El especialista apoya sus explicaciones con datos: «De las 400 donaciones de padres a hijos que tenemos registradas en nuestra fundación, en 250 es la madre la donante». También asevera que es mucho más habitual que sean las esposas las que donan a sus maridos.

Eso sí, Guirado espera que en países como el nuestro «donde poco a poco se va alcanzando una mayor igualdad laboral, la diferencia no sea tan elevada». No podemos esperar lo mismo de otros lugares del mundo donde la mujer sigue siendo un objeto. «Hace tiempo me llegó el caso de un árabe que había viajado a Barcelona para que le trasplantara el riñón de una de sus seis esposas. Por supuesto, había elegido a la más compatible», recuerda. Sin embargo, el intercambio no se produjo. «El traductor me comentó que la mujer estaba muerta de miedo y que no quería darle su órgano. Así que argumentamos problemas en las pruebas de compatibilidad para que no hubiera represalias contra ella, ya que si se hubiera negado, la habría repudiado y podría haber terminado siendo prostituta».

Eso sí, en lo que insiste Guirado es en que «si la madre de un menor que necesita un riñón o un trasplante de hígado no es compatible, el padre es el que se ofrece. Es cuando él entra en juego».

Por sus manos han pasado mujeres donantes de hasta 76 años: «Son las que plantean más dudas porque las posibilidades de morir pasan de una entre 3.000 en pacientes jóvenes, a una entre 1.500». No obstante, son pocas a las que las estadísticas las llevan a rechazar ser donantes. Pero es cierto que «hay gente que quiere dar, pero tiene mucho miedo». Para eso están todos los equipos de coordinación de trasplantes para reducir esa angustia.

Otra medida en la que lleva tiempo trabajando la ONT y que creen que podría aumentar la donación de vivo –en especial de las donaciones masculinas– es si se equipara la baja de los donantes con la de una embarazada. «Si se subvencionaran durante esos meses, principalmente a los autónomos, el Estado se ahorraría bastante dinero». Las cifras económicas así lo atestiguan.

Un trasplante de riñón se amortiza en seis meses, pero no sólo eso, «una sesión de diálisis cuesta unos 200 euros y el enfermo se somete a 12 mensuales». Es decir, cada año, un paciente con insuficiencia renal cuesta casi 29.000 euros. Con un órgano sano ese coste desaparecería.

Con respecto al resto de datos que ofrece el registro, destacan que se elevan a 135.860 el total de órganos trasplantados en todo el mundo en el último año. Esta cifra supone un aumento del 7,25 por ciento respecto al año anterior que fueron 126.670. De ellos, 89.823 fueron de riñón –antes mencionado–, 30.352 de hígado (19,8% de donante vivo), 7.626 de corazón, 5.497 de pulmón, 2.342 de páncreas y 220 de intestino.

Estos trasplantes fueron posibles gracias a 34.096 donantes fallecidos, frente a los poco más de 31.000 contabilizados en el año anterior, lo que representa un incremento de un 3,3 por ciento. A ellos se añaden las 42.154 personas que donaron un órgano en vida: 36.125 donantes vivos renales y 6.012 hepáticos y 17 de pulmón. «El incremento en el mundo tanto de trasplantes como de donantes es fruto de los avances que se están produciendo en muchos países y en algunas de las regiones de la OMS. Los datos ponen de manifiesto que los trasplantes empiezan a alcanzar velocidad de crucero en todo el mundo», insiste la directora de la ONT.

Fuente: La Razón